IV. Silencio

1.  Metáfora
2. Querido tú. – Sandra Fernández
3. Renacer. – Sakura
4. Claroscuros. – Bea Esteban

.

6

Metáfora

Hace tiempo que no crecen bajo mis pies tréboles de cuatro hojas; el musgo verde me devora aunque me nutre la corteza. Mi corazón es una piedra, puedes verlo. Y aunque crezco, duele demasiado. Soy más vieja de lo que aparento, ojalá supieras cuántos años tengo.

Nunca me permití buscar mi propio camino, tenía que mantener esa forma impecable, esa proporción ideal. Me han puesto rieles de metal en los brazos, ¿lo sabías? Me han cambiado de hábitat, una vez tras otra, pero jamás me han dejado en el bosque donde debí haber crecido. Dicen que me mantienen con vida, que me dan agua de lluvia para que sea perfecta, pero no me dan más tierra para florecer. Tan solo el punto justo para estar ahí y parecer hermosa y delicada, sencilla y cuidada.

Dentro de mí hay algo que está explotando. Voy a agrietar la roca, se me va a astillar el alma si sigo aquí atrapada. ¿Cómo puedes ver algo hermoso en esto? ¿Cómo puedes decirme que esté orgullosa de ello? Me he acostumbrado a vivir así, pero esto no es la vida que debería estar llevando.

No voy a morir, pero ver a tantos otros así, me va a acabar matando…

QUERIDO TÚ. – Sandra Fernández

Debería advertirte que tal vez no llegues jamás a comprender el motivo de esta extraña misiva; tampoco yo lo sé. Esta tarde mientras caminaba por las calles de mi barrio, atravesando los mismos edificios la mayoría de la misma tonalidad y estructura, escuchando la misma música, vi algo nuevo que captó mi atención: un pájaro se posó bajo un árbol pequeño rodeado de pequeñas flores rosas que parecía hablarme entre susurros. No es la primera vez que veo un pájaro, para nada; ni tampoco se trata de que me haya vuelto tarada por quedarme prendada de tal simpleza. Simplemente soy una chica corriente, cansada de la rutina, que por un día dejó de estar ciega ante lo que la rodeaba y vio la belleza oculta en esos enanos ojos de mirada dulce de aquel gorrión. La atmósfera se impregnó de una nueva tonalidad y la imagen se fue haciendo más clara: el mundo está repleto de pequeños esplendores que los humanos con nuestra ignorancia y egoísmo destrozamos a nuestro paso.

En ese instante, algo cambió dentro de mí. Emprendí una búsqueda a través de vídeos por internet sobre cómo ayudar a cambiar nuestra visión del mundo, pero todo me parecía poco acorde con lo que buscaba. Una noche mientras me iba a dormir, una bombilla se prendió en mi cerebro: los grandes triunfos siempre empiezan siendo pequeños pasos. Empezaría por el poder de las palabras, escribiría cartas a desconocidos, infundiéndoles una pizca de esperanza y tal vez algo de inspiración para hacer lo mismo que yo, buscar pequeñas cosas que han pasado desapercibidas. No hay porqué buscar algo excepcional, solo hace falta abrir bien los ojos, pues a nuestro alrededor existen millones de tesoros aún por descubrir.

Vivimos en un mundo que cada vez es más egocéntrico y menos empático, y que ironía ¿verdad? Pues nosotros, los humanos, somos seres sociables que necesitamos de los demás: pequeños gestos de amabilidad como un simple “Buenos días” sincero, bastan para dibujar una sonrisa en el beneficiario de esa positiva actitud. Aparte de ello, la naturaleza también tiene un rol importante en nuestro camino hacia la felicidad; es lo que vemos cada día. Los árboles mueven sus ramas al son del viento, se balancean con el ir y venir del universo, si te paras unos segundos a observarlos, tus constantes vitales disminuirán. Las flores, de lo bonitas que son, se utilizan como símbolo de amor, de amistad, de comprensión. La vida está llena de casualidades, de ser nosotros mismos, de ser felices con tan solo un poco de más humanidad, y menos crueldad. ¿Para qué negar tu ayuda a un desconocido que te necesita? Detén por un momento tu prisa, y ofrécele tu mano.

Solo decirte que eres único en este mundo, y en tus manos está hacer el bien y convertir este mundo en tu mundo ideal, pues cada uno ve lo que quiere de él y si simplemente te paras y respiras, podrás lograrlo.

Un saludo,
La desconocida que intenta cambiar su mundo

RENACER. – Sakura

Era la hora.

Eché una última ojeada al espejo, pero solamente vi a una joven muy pálida, con los labios secos y unos ojos azules tan oscuros como el fondo del océano, surcados por unas grandes ojeras . Su mirada estaba ausente, como su mente.

“Ojalá el tiempo se detuviera” — pensé —“O mejor, que pudiera ir hacia atrás. Así volvería a ver tu sonrisa, escucharía tus sabios consejos, me sentiría protegida, estaría de nuevo a tu lado para siempre. Sería feliz”.

Algo dentro de mí se volvió a quebrar. Me doblé a la mitad abrazándome mientras me derrumbaba en el suelo. Una lágrima resbaló por mi mejilla, aunque inmediatamente fue sustituida por un llanto incontrolable. Dejé escapar un grito de impotencia.

Pasaron cinco, diez, veinte minutos hasta que conseguí que mi respiración se calmara.

Sabía que no podía retrasar más el momento porque cuanto más lo hiciera, más me dolería. Me levanté y me dirigí hacia la puerta de la Iglesia. Noté cómo todas las miradas se posaban en mí; la mayoría reflejaban lástima. Aceleré el paso hasta llegar al primer banco. Allí me esperaban mis padres, marcados también por una inmensa tristeza.

Apenas presté atención a las palabras del cura. Aún no era consciente de la pérdida, todo había sucedido demasiado deprisa.

Nos fuimos a la cama como siempre; me diste un beso de buenas noches y dijiste que me querías. Al día siguiente, te llamé para bajar a desayunar. Sabía que eras muy remolona y te gustaba aprovechar el máximo tiempo durmiendo, pero esta vez te demorabas. Papá se levantó a buscarte. Unos segundos más tarde, un grito desgarrador nos avisó de que algo iba mal. Mamá y yo llegamos a tu habitación rápidamente y nada más verte, aunque parecía que seguías durmiendo plácidamente, sabíamos que te habíamos perdido. Estabas fría como un témpano y pálida como un fantasma; no tenías pulso. Los servicios de emergencias llegaron a los pocos minutos. Nos dijeron que padeciste el síndrome de la muerte súbita nocturna y nos dieron sus condolencias.

De un día para otro, ya no estabas con nosotros. Ya no estabas conmigo.

Tras tu entierro nos quedamos un rato a solas. Lloré como nunca lo había hecho, eras muy joven; te quedaba toda la vida por delante. Entonces, al lado de tu tumba vi unas pequeñas flores silvestres que emergían tímidamente de la tierra.

Decidí hacerte una promesa.

A partir de ahora viviría por las dos. No podía hundirme para siempre; no es lo que tú querrías ni permitirías. Tenía que sacar fuerzas para vivir lo que tú no podrías. Volverías a nacer en mí y estaríamos juntas de nuevo. Como hermanas. Como lo que éramos. Como lo que somos.

CLAROSCURO. – Bea Esteban Brau

Últimamente tengo miedo a la muerte.

Es un miedo humano, dirían muchos. Porque llevamos años y siglos tratando de desenmascarar todos los secretos del universo, pero la muerte es lo único que se nos escapa. Sabemos que alguien está y, de pronto, se va. Las desgracias no avisan. A veces dejan pequeñas pistas, van apagando a las personas, pero otras te dejan creer que todo está bien hasta que deja de estarlo.

Y eso es lo que más miedo me da. Esa desgracia inesperada que rompe todos los esquemas, que rompe años y momentos, que hace que la vida se frene.

Cuando el miedo me paraliza, recuerdo lo único que sé de la muerte: que es el comienzo, no el final. Que la Tierra es lo más parecido al infierno que conoceremos. Que alguien que muere es salvado, es librado de todo sufrimiento… Los únicos que sufren son los que se quedan. Y es normal. Es el duelo. Y cuando duela quiero recordar que mi vida empezará cuando muera. Que no hay nada que temer al otro lado, que ahí conoceré lo que es la verdadera felicidad, la que nunca muere. También lo harán mis seres queridos.

Nadie se libra de morir. Nadie se libra de vivir sin conocer la muerte. Pero aquí estamos sólo de paso: estamos para crear, para dejar huella, para conocer lo que es el dolor y así darnos cuenta de todo lo que nos espera cuando éste acabe. Estamos para plantar árboles y verlos crecer, para conocer el amor, para querernos como nunca. Para que cuando nos marchemos nos reciban con un abrazo. Para que cuando nos marchemos, estemos volviendo a casa.

No tengo que tener miedo. Porque duele, pero dolería más una vida infinita en esta tierra que parece un infierno. Una tierra en la que existen bosques pero también incendios, existen latidos pero también cadáveres. Es un mundo de clarosocuros. Un mundo para aprender, para crecer, para servir,  y sobre todo para amar.

Yo sigo haciéndolo lo mejor que puedo. Disfrutando de ser humana, con sus claros y sus oscuros.  Despidiéndome de los que están yéndose con una sonrisa, porque después de todo, están volviendo a casa.