VI. Catarsis

1. Us the north . – Anonymous
2. Untitled . – Sam Bell
3. Fui yo. – Aurora
4. Doble de hielo . – Sergio Lara
5. Tras el cristal . – Aintzane Rodríguez
6. Abril . – Alicia
7. Nieve . – Sandra Fernández
8. Iceland . – Vyacheslav Shevchenko 

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Us, the North – Anonymous

“So you dare coming here, southern man, entering in this land and claiming it yours, as if you had any right for doing so.
You and your weak men of your kind, who do not dare to even wander that you are not the only ones here. That someone might as well have been here before you.
Acting like you are the first ever doing anything, like you know absolutely everything, and that you are entitled to do as you please.
Well, guess what, you don’t. You are entitled to nothing. And if you think that claiming it with violence and will make us change our position, then you are really naive.
We’ve been here before, we’ve felt like you do now, owners of everything and above everyone. And we did it way more thoroughly that you.
Our kind took this lands before yours was able to know how to face the seas.
We’ve learned by blood, sweat and tears how fierce this grounds are for foreigners, but we fought to do it our own.
And we’ll do it again.
So if by any chance, you thought that coming here offering a peace that we already got before you came, would make us let you stay and claim this sacred lands as yours, you profoundly disregard who are you dealing with.

We already fought for this, our home, and we’ll do it again without blinking.
If we have to go to war, war it will be.
If our men and women have to die for this cause, they gladly will. Our blades won’t shake, our shields won’t yield, and our hands won’t tremble to snatch a live.
We’ll watch it burn before giving it away.

We’ve endured here centuries and hundreds of enemies, and we will bear you too. Till the last breath of the last of our people, we’ll fight, and we’ll stay.

So go back, you “christian”, and tell your men that they can start battling now, so we can be over before the flowers come out. Because as winter does, you might be a bedevilment but you’ll pass. And we’ll prevail.

We’ll prevail.

Us, the North.”

Untitled. – Sam Bell

Se va. Se va y me deja aquí, sin él. Veo cómo se aleja mientras intento apurar estos últimos instantes rozando sus mejillas con las puntas de mis dedos. Sonríe. Sonrío. Se gira y los trazos de alegría forzada se desdibujan de mi cara – quería que lo último que recordara de mí fuera mi hoyuelo, no unos labios caídos.

Suena triste, lo sé; lo es. Pero se va dejando un rastro agridulce en mi paladar. Agrio, porque no estará; dulce, porque estuvo. Recordemos que esto es tan sólo un “hasta luego”.

Es en esos momentos en los que una frase resuena con especial fuerza en mi cabeza: “mira, estrella, alguien fugaz pide algo eterno”. Confesaré que sí, que por un instante pedí poder congelar el tiempo y anclarte en uno de nuestros abrazos; pequé, lo siento. Pero suficiente penitencia estoy pagando ya con tu marcha, ¿no crees?

Dejemos por un momento lo amargo a un lado y centrémonos en lo dulce. Cuando todo empezó ambos sabíamos que llegaría este momento, y fue precisamente por eso por lo que exprimimos los segundos como si de ellos se pudieran sacar horas. No fue fácil apartar la sensación de brevedad de la cabeza, pero tus besos hacían el mal trago pasajero. Quizá todo esto fue gracias a las prisas; quizá toda esta intensidad se la debamos al tiempo que nos pisaba los talones.

Nadie nunca imaginó que tú y yo, dos seres tan volátiles, pudiéramos acabar asentándonos en tierra tan sólidamente. Y míranos, agotando el poco aire que queda entre tu nariz y la mía mientras unos altavoces gigantes anuncian lo que ninguno queremos oír.

Coges la maleta, te das la vuelta, y tu figura se desvanece entre una marea de caras desconocidas. Sonrío a sabiendas de que te vas, porque también sé que el billete no es sólo de ida. Mientras te alejas, me distraigo imaginando qué habrá detrás de todas esas miradas – aparentemente – desorientadas. Quizá alguno de esos extraños viajeros deje atrás una historia como la nuestra. Pero nunca ninguna será la nuestra.

Fui yo. – Aurora

Habré cometido muchos errores a lo largo de mi vida, pero perderme en ese bosque no fue uno de ellos. Mi falta de orientación espacial fue un regalo aquel día de Enero.

La realidad es que llegué sin darme cuenta a aquel páramo gélido, empujada por las ideas de otros. Ideas de las que me había apropiado: “Debes aventurarte, que el frío te corte los labios, que el color se te vaya de las mejillas. Debes aventurarte para parecer más fuerte”.

Y allí estaba, en las montañas. Sola. Y eso probablemente era un error, sí. Pero aprendí a sobrevivir en la espesura, a comerme las uñas como aperitivo. Aprendí a calentarme mientras pasaba frío porque quería. Y un buen día, cuando había pasado prácticamente un año, me encontré con gente.

Bueno, gente suele entenderse en plural y en realidad hablo de gente; sí, en plural. Pero solo vi su silueta; la de un chico joven, no demasiado ancho, muy alto, con el chaquetón amarillo. No aguantaría mucho tiempo bajo aquel temporal, tuve miedo de acercarme, le observé desde la distancia y me gustó lo que vi en sus gestos y pequeños movimientos. Llevaba demasiado tiempo lejos de la humanidad, del calor humano. Eso me atraía.

Sin embargo fui a dormir esa misma noche y él ya no estaba a la mañana siguiente. Ya no estaba, y yo dejé la comodidad de los árboles conocidos, buscándole. Y no apareció en meses.

Pero cuando me sorprendió tratando de avivar el fuego de mi guarida… supe que aquel chaquetón amarillo no era de otra persona. El nombre que había oído entre el gentío pisando aquel suelo congelado, era el suyo, aquel día en que el resto desapareció para mí, y ahora realmente habían desaparecido. Estaba solo. Pero estaba ahí. Y desprendía color entre tanto blanco. Y apagué la hoguera porque si aquella figura seguía cerca me acabaría quemando.

Eso fue lo que sucedió aquel día de Enero. Me quemé. Seguí aquel camino nuevo, perdida, guiada esta vez por quién sabía qué. Y hablé con él con lágrimas en la cara, ante un rostro desconcertado y árboles extraños. “¿Sabes por qué estoy aquí? ¿Sabes que nadie conoce esta parte de mí?”.

Habré cometido muchos errores a lo largo de mi vida. Conforme empezaba a hablar, con gruñidos que denotaban mi falta de experiencia en aquel terreno, pensaba que aquello era uno de esos errores irreparables. Pero perderme en ese bosque no fue uno de ellos. Mi falta de orientación espacial fue un regalo aquel día de Enero. No me salvó su chaquetón amarillo, ni mi falta de orientación espacial, fui yo. Pero salir de aquella montaña con el chico del chaquetón amarillo de la mano… fue lo mejor que había hecho desde hacía muchos años. Y daba miedo. Pero estaba andando.

Doble de hielo. – Sergio Lara

– Hola soy Alfred, soy alcohólico – se oye de fondo a un tétrico coro recitar “hola Alfred” – .Y pienso que sois todos patéticos.

– ¿Por qué estás aquí entonces?
– Bueno… No me esperaba una pregunta tan existencial, la verdad. ¿Qué hacemos aquí? ¿Por qué existimos? ¿De dónde venimos? Te podría citar a varios filósofos existencialistas, pero en el fondo nadie sabe el porqué, ¿Cierto?
– Si no te abres no te podremos ayudar Alfred.
– Lo siento, pero no soy un paraguas, ni una lata, ni me abro igual de fácil que las piernas de tu mujer, ojalá las cosas fuesen tan fáciles como ella… pero no lo son – Se oye a la gente murmurando “Un gilipollas es lo que eres”, “Menudo cínico”-.
– Seré un gilipollas, pero al menos no me autocompadezco lamentablemente de mí mismo. El único motivo por el que estoy aquí es porque es el único modo de que mi exmujer me deje ver a mis hijos.
– Vaya vaya, no serás como los paraguas, ni las latas, ni como las piernas de nadie, pero te abres al calentarte como las palomitas. Bueno ya sabemos la razón, ya es un avance. Sabes, me has recordado a un cuento, ¿te gustan?
– Solo si no tienen moraleja.
– Érase una vez un viajero, por el camino este fue conociendo a más peregrinos, algunos yendo en la misma dirección que él le acompañaron por las sendas más abruptas. Un día el caminante tomó un desvío, sus compañeros lo siguieron abandonando la idea de separarse de él. En su deriva nuestro protagonista se adentró en un bosque helado, y poco a poco fue perdiendo de vista a sus acompañantes, se olvidó de mirar atrás. Cuanto más se adentraba en aquel bosque helado, más arisco se volvía el clima. El Sol se fue nublando, el bosque se iba haciendo frondoso, la nieve lo fue cubriendo todo, se perdió y aparte de él mismo, ya no le quedaba nada. De pronto salió el Sol, y el viajero pudo ver el camino de regreso.

– ¿Y ya está? ¿Y así como así salió el Sol?
– En verdad el Sol siempre estuvo ahí, fue el caminante quien apartó sus nubes.
– Vaya… ya entiendo. Pero sabes, al final del cuento no dice que el viajero regrese. Moraleja: aunque haya Sol se está bastante bien bajo las copas, y más si es con doble de hielo.

Tras el cristal. – Aintzane Rodríguez

Le gustaba ver los copos de nieve concentrarse en esa maraña de árboles, como si alguien buscara cubrir el bosque de blanco, ocultando su verdor. Podía llegar a sentir el frío entre los dedos, las gotas de sudor cristalizadas en la palma de la mano. Si se esforzaba, escuchaba el crujido de las esquirlas cuando cerraba el puño y los pequeños cristales se rompían y volvían a ser agua.

Recordaba aquellas tardes de invierno. Era agradable poder guardar en la memoria el sabor del café oscuro y caliente que acompañaba el ardor que le desgarraba la garganta.

También fueron allí sus primeros besos, las primeras escapadas a la buhardilla. Aún sentía sus caricias cuando arrastraba las yemas de los dedos por el nacimiento de su pelo, cuando posaba los labios en su mejilla antes de buscar desesperadamente sus labios. El café, entonces, se volvía dulce al mezclarse con el rastro del té.

Las palabras bonitas talladas sobre la madera de las paredes todavía brillaban ante sus ojos, al igual que lo hacía la imagen de él cuando lo vio marcharse años después.

Le costó encontrar las lágrimas; quizás porque se había concienciado de que él no tardaría en irse. Era difícil que durara algo como lo suyo. Demasiado diferentes para poder fundirse en uno sólo.

La bola de cristal cayó al suelo y la superficie lisa se resquebrajó. Elizabeth observó el recorrido del líquido brillante entre las grietas en la madera por las que creaban riachuelos. Los falsos copos de nieve cubrieron la alfombra de blanco y, entonces, al fin pudo llorar.

Los recuerdos habían encontrado la forma de escapar. Ya no eran sus dueños.

Ahora era libre.

Diciembre. – Alicia

Su ausencia ha convertido en diciembre mi mes de abril. El día que se marchó no noté la punzada en el pecho. Solo fue un pacto mutuo. Hoy, ya no es primavera como otros años a su lado. Dijimos que sería lo mejor para los dos, pero ha convertido en diciembre mi mes de abril. Supongo que está a kilómetros de distancia, a lo mejor escuchando música en un pub irlandés o puede que cuidando del calor de algún café noruego. No lo sé, porque ha convertido en diciembre mi mes de abril.  A lo mejor incluso a ratos se acuerda de mí, a lo mejor incluso imagina como era abrazarme, pero ya no aparecen llamadas con su inicial, ya no guardo su nombre en mi teléfono. Y es que, hasta parece que este año hay menos flores y es que ha convertido en diciembre mi mes de abril.

Nieve. – Sandra Fernández

Fue un día de diciembre, nevaba, los niños salían a jugar. En cada parque, un muñeco de nieve. En cada cuesta, gente tirándose en trineo. El paisaje pintado de blanco. Peleas de nieve en los patios, sesión de manta y mimos en las casas. Que mágico, ¿verdad?

Pero las personas que estaban disfrutando de la nieve ignoraban que no muy lejos de allí dos personas se introducían en la profundidad del bosque para jamás regresar. Cuentan que sus cuerpos jamás fueron encontrados, y que cosas inexplicables, fuera del alcance de la ciencia, les debieron ocurrir. Rumores que alimentan a los más curiosos. La policía dio por acabada la investigación tras meses de duro trabajo buscándoles. No se podía hacer nada, todos estaban destrozados. Su familia desolada y pérdida, imploraban que siguieran. Pero nadie hizo nada. Todo se acabó y se quedó en el olvido.

Aquellas personas eran mis abuelos. Resulta que no desaparecieron, solo lo fingieron para empezar de nuevo, alejados de la humanidad y acompañados de la naturaleza y tranquilidad. Allí tuvieron hijos que hicieron sus vidas en la ciudad, pues aunque admiraban a sus padres; ellos deseaban otro tipo de vida donde poder hacer amigos y formar su propia familia. Y asi lo hicieron. Esos hijos se casaron y tuvieron hijos. Uno de esa tercera generación soy yo. Cuando me entere de la historia, no pude evitar sentir la necesidad de conocer a esos seres, a mis ojos, increíbles. Mis padres me desearon un buen viaje hasta allí con la promesa de volver.

Han pasado tres años desde entonces, durante los cuales viví con mis abuelos absorbiendo todas las lecciones que ellos me inculcaron y que la naturaleza ayudo a que yo fuera capaz de verlas. Aprendí que no necesitamos lo material para ser felices, en la grandeza de la naturaleza podemos encontrarlo todo. Ahora ellos ya no están, y con su aprobación me he decidido a contar su historia solo para que no se quede en el olvido.

Iceland. – Vyacheslav Shevchenko

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